Los 70 de mi viejita y 3 LECCIONES SOBRE APRENDER COSAS NUEVAS A CUALQUIER EDAD

Imagen: Moisés Gaviria. © Huayranga.

Hace unos meses mi viejita cumplió 70 años de vida.

¡70 años!

Y como la quiero mucho; se me da por escribir esta nota con el principal objetivo de homenajearla públicamente por la forma tan bonita en que ha llegado a esa edad, y de pasadita, claro está, dejarnos a todos nosotros tres lecciones sobre aprender lo que se tenga que aprender, a cualquier edad, para seguir creciendo y salir adelante.

Sin embargo; debo decir primero, a modo de reflexión, que aprender puede ayudarnos a superar las dificultades de la vida y a desarrollarnos como seres humanos; pero aprender también puede significar afrontar los miedos, abrirse a lo desconocido y cambiar nuestra manera de ser; y esto último, muchas veces, nos hace huir del proceso de aprendizaje; y me atrevería a añadir, incluso, que a mayor edad, más suele ser la reticencia a pasar por esos túneles que muchas veces nos pueden deparar estos procesos de aprendizaje.

Pero si tienes ganas de aprender y decides asumir el proceso, aunque no tengas la menor idea de cómo será éste, o de cuáles serán los resultados finales; entonces estas tres historias de mi viejita quizá te puedan inspirar a dar ese salto de fe, adentrarte en lo desconocido y encontrarte con lo que te espera al final del camino.

Aprendiendo a nadar después de los 50:

Debo decir que lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en esto es que mi vieja decidió culminar sus estudios colegiales ya pasados sus 40 años, y eso a mí ya me llenaba de orgullo y me parecía recontra valiente; no solamente por animarse a retomar esos estudios luego de tanto tiempo, sino también porque, cuando uno hace ese tipo de cosas, de todas maneras uno expone algo personal al mundo, y para eso también muchas veces se necesita valor.

Pero lo de aprender a nadar pasados sus 50 años de edad me ha parecido todavía mucho más elogiable, ya que no solamente implica un esfuerzo intelectual, sino también un esfuerzo emocional (por el temor natural que todos tenemos a ahogarnos) y un esfuerzo físico (por la propia biomecánica del asunto).

Para crearles un poco de contexto; debo decirles que a mi vieja le prohibieron de niña hacer ejercicios físicos (Educación física), disque por salud; así que en el colegio no los hizo. Pero ya luego de adulta ella misma se metió en el gimnasio. Y así fue durante años; pero un día, nuevamente por temas de salud, tuvo que dejar de entrenar.

Yo sé que eso la impactó, y cualquiera que se haya dedicado unos años a hacer algo que ama seguramente podrá comprender el impacto que uno pueda sentir si de un momento a otro, por motivos de salud, tiene que dejar de hacerlo.

¡Pero mi viejita decidió aprender a nadar para continuar haciendo ejercicios físicos!

Es decir; la natación sí era algo viable para sus condiciones de salud en ese momento, pero ella no sabía nadar. ¿Y qué es lo que hizo? Pues aprendió a nadar a sus 50 y pico años de edad y convirtió lo que parecía ser un impedimento para su desarrollo personal, en una experiencia de aprendizaje, crecimiento y felicidad. Y digo felicidad porque nadar la hace muy feliz, además de brindarle una serie de otros beneficios para su cuerpo, mente y espíritu.

Pienso que debió tener muchas agallas para enfrentar el temor a la piscina. 

De hecho; algo me contó sobre el tema el día de ayer, mientras yo me hacía el loco preguntándole algunos detalles sobre el asunto (ella no sabe que estoy escribiendo esta nota).

También pienso que debió esforzarse mucho y ser muy disciplinada. Y no sólo lo pienso; también lo he visto muchas veces, desde muy cerca.

Así que si estás pensando en aprender a nadar o en empezar a hacer algún tipo de ejercicio físico y estás que la dudas mucho o que le arrugas al asunto; pues aquí tienes esta historia de Ana Cárdenas, de Pueblo Libre, Lima-Perú, para inspirarte y ponerte manos a la obra.

Cero excusas, mi gente.

¡He dicho!

Aprendiendo a gerenciar un negocio después de los 60:

Recuerdo que cuando le planteé la idea hace ya algunos años, su respuesta fue algo así como “¿Pero yo cómo voy a hacer para manejar un negocio de ese tipo si no tengo ni idea de cómo hacerlo?”

Y ciertamente; estoy seguro de que ella pensaba que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Pero aún así, decidió asumir el reto.

Su proceso de aprendizaje, sobre todo al inicio, fue un proceso muy pero muy difícil para ella. Y lo digo porque yo pude verlo muy pero muy de cerca.

Mi vieja nunca había hecho algo así. Y además de eso; estaba pasando por una situación muy pero muy peculiar en su vida.

Para ponerlos un poco en contexto, sólo un par de cosas de las varias que afrontaba en ese momento:

  • No hacía mucho que se acababa de separar, luego de 40 años de matrimonio y tres hijos.
  • Afrontaba una situación de salud bastante difícil.
  • Se había dedicado toda su vida básicamente a su hogar y su familia, así que afrontaba también un destacable cambio de paradigma.

Pero aún así, como mencioné líneas arriba: Decidió asumir el reto.

Por supuesto que tuvo ayuda, mi gente; y todavía la tiene cuando la necesita y la hay. No se confunda la cosa. Pero nadie hace un negocio en soledad, porque si no ya no existe el negocio (de arranque nomás, necesitas de alguien más para que te compre). Sin embargo; de la misma manera puedo decir que, en términos generales, nadie recibe ayuda para hacer algo, si no empieza a hacerlo primero. 

Así que así más o menos es la historia de mi viejita en esta área de su vida. Por lo menos, desde mi punto de vista.

Y estoy muy orgulloso de ella por su proceso en este sentido; pues la he visto superar muchos momentos difíciles aprendiendo a gerenciar su negocio. Y todavía la veo pasarlos; aunque felizmente, ya un poco menos.

Espero entonces que esta pequeña historia alumbre el corazón de quienes están pasando por dificultades o por dudas con respecto a gerenciar o a empezar un negocio; y encuentren en ella un motivo para inspirarse, tomar un poco de aire y seguir adelante.

¡Palante, mi gente!

Aprendiendo a vivir en la separación y el divorcio después de 40 años de casada:

Siempre digo que las dificultades son relativas, pues todo depende de la habilidad de quien está resolviendo la dificultad.

En el caso de mi viejita linda; yo puedo decir que para ella ha sido muy difícil. Y justamente de eso se trata el asunto: A mayor dificultad percibida, mayor será el aprendizaje que tendrás que procesar para poder solucionar dicha dificultad percibida.

Y a mi viejita yo la he visto prácticamente resetearse.

Más allá del dolor y las demás dificultades que la he visto ir superando, lo interesante y admirable de mi vieja ha sido verla asumir con determinación una promesa hacia ella misma de otorgarse una vida cada vez mejor, cueste lo cueste, durante todo este proceso.

Yo la vi completamente choqueada, con la sensación de ni siquiera poder imaginar una salida a una situación igual de inimaginable para ella, pues jamás se había alucinado una vida fuera de su matrimonio, el cual, además, era la base de toda esa vida que ella se había construído.

Pero también la vi desahuevarse, aferrarse a ella misma con una fuerza más alucinante que su situación y atravesar todas las dificultades del camino a pesar de que a veces le parecían inconmensurables. 

La he visto caer mil veces; y levantarse esas mil veces otra vez. La he visto aprender a amarse más a sí misma y asumir el costo; sí, el costo; porque amarse a uno mismo suele tener un costo elevadísimo en muchos sentidos. Y así la he visto crecer y convertirse en una mejor persona, transformando lo que en un principio le parecía una dificultad insuperable, en una fuente de desarrollo personal y éxito en muchos sentidos.

El camino ha sido largo y accidentado. Y todavía lo es a veces. Pero han sido diez años desde que inició esta nueva etapa de su vida y mi vieja está saliendo adelante con creces.

Ella se hizo la chamba, eso sí. Asumió todo el esfuerzo físico, mental y espiritual correspondiente; y todavía lo sigue haciendo. Abrió su mente a ideas que nunca antes había vislumbrado. Se capacitó: Leyó, escuchó, asistió a cursos, habló consigo misma seriamente, etc. Abrió su espíritu a emociones nunca antes concebidas. Y también cultivó su cuerpo para que le sirviera cada vez mejor en su travesía.

Es decir; atravesó todo el camino del aprendizaje necesario para poder ser lo que es ahora y estar como está ahora; y por supuesto, todavía lo sigue atravesando, porque el camino del aprendizaje es infinito.

Por supuesto que también ha ido cosechando los frutos de su esfuerzo, y seguramente cosechará más. Y claro: Se lo merece.

Yo me siento muy orgulloso de ella por todo esto y la felicito.

Y espero que estas líneas que le escribo sean de su agrado y le sean también de utilidad cuando tenga momentos difíciles, recordándole quién es y todo lo que ha avanzado

Asimismo; también es mi deseo que estas líneas les sean de utilidad a quienes están pasando por un proceso parecido y sienten que no encuentran la manera de salir adelante. Espero que si eso les sucede, encuentren en esta historia suficiente inspiración para asimilar el golpe, sacudirse el polvo y tirar palante.

Anotación final:

Un profundo agradecimiento a mi viejita linda por las lecciones aprendidas, y por permitirme publicar esta nota.

Y a ustedes, queridos amigos; un mensaje para motivarlos a ayudar a sus seres queridos cuando estén pasando por pruebas, y por qué no, a homenajearlos por las razones que les parezcan correspondientes.

Gracias por su tiempo de lectura…

¡Y que estén muy bien!

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